La instrucción del pueblo by Concepción Arenal

La instrucción del pueblo by Concepción Arenal

autor:Concepción Arenal [Arenal, Concepción]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Educación
editor: ePubLibre
publicado: 1881-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo VII

¿El pueblo es susceptible de instrucción sólida?

Para adquirir un conocimiento cualquiera se necesita:

1.º Aptitud, facultad de conocer.

2.º Voluntad.

3.º Medios y circunstancias exteriores que se armonizan con la voluntad activa y la capacidad intelectual.

Aptitud para conocer. Los hijos del pueblo son capaces de adquirir todo género de conocimientos. No hay en su naturaleza espiritual ni en su organización física ningún obstáculo invencible que les impida aprender las verdades necesarias. A pesar de la diferente instrucción, educación y género de vida, ¡cuántas semejanzas existen en la mayor parte de los hombres respecto a las cosas esenciales del orden intelectual, y cuántas coincidencias en la apreciación de lo bueno y de lo bello! Hay en el sentido común más ciencia de lo que se cree, y el sentido común es la razón natural, la razón de todos, no sólo desprovista de instrucción, sino en muchos casos resistiendo la influencia de fuerzas que empujan al error.

El hombre del pueblo comprende lo que es justo o injusto, distingue el mal del bien, lo honrado de lo vil, la virtud del vicio, el egoísmo y la abnegación. Tiene un gran número de conocimientos que adquiere desde muy temprano y revelan su aptitud intelectual, que por lo común no han podido matar tantas circunstancias propias para embrutecerle. Luchando con el hambre, con el frío; aguijoneado siempre por necesidades materiales que, no satisfechas, se convierten en materiales mortificaciones, este esclavo de la materia se emancipa, proclama en la conciencia su libertad moral, y en el entendimiento la de su espíritu. Tiene casi siempre la noción clara del mal y el bien, y la intuición de las grandes verdades, de los primeros principios, base de la ciencia, que no los demuestra. Las nociones de causa, de sustancia, de permanencia de las leyes naturales, de identidad del yo, de libertad y de responsabilidad moral, de belleza, las tiene el hombre rudo como el filósofo: no las analiza, ni aun las nombra, pero las sabe.

Si a un labriego le hablamos de causalidad, no nos comprenderá; pero si le preguntamos si puede ser un hombre asesinado sin que alguno le asesine, nos responderá que no con tanta seguridad como Kant o Platón. Nunca ha oído hablar de la permanencia de las leyes naturales; pero, si se ha quemado una vez, se apartará del fuego para no volver a quemarse, como lo haría Leibniz. No ha llegado a su noticia la cuestión de identidad, pero está tan seguro como Descartes de que es el mismo que era ayer y que será mañana. En cuanto a libertad y responsabilidad moral, jamás oyó discutirlas, ni definirlas, ni probarlas, pero tiene por malo al que comete una mala acción; y si él hace mal, sabe que debía y podía no haberlo hecho, y que es justo que aquel mal que hizo tenga para él consecuencias desagradables en proporción de su gravedad.

De todo lo que hemos indicado respecto a instrucción popular, tal vez lo que parezca más extraño es que forme parte de ella el conocimiento del arte.



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